lunes, 21 de noviembre de 2011

LEYENDA ECO Y NARCISO

Eco era una joven ninfa de los bosques, bella, alegre, dulce, inocente y parlanchina. Le encantaba contar historias, y con su charla incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos aprovechaba ... para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando lo supo, condenó a Eco a no poder hablar, sino solamente a ser capaz de repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo.  Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, de encanto irresistible, hijo de la ninfa Liríope. Poseía una belleza tan embaucadora que enamoraba perdidamente a todo aquel que tuviese la mala fortuna de contemplar su rostro. Pero su arrogancia y su soberbia le hacían despreciar a todas y cada una de las doncellas que caían rendidas a sus pies. Las enamoraba, las mentía, y una vez satisfechos sus deseos carnales las abandonaba, dejándolas languidecer de tristeza, soledad y dolor. Y de nuevo a por otra nueva víctima, sin que el menor remordimiemto rondase por su cabeza. Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le rodeaba, demasiado distraído para ser consciente de sus malas acciones. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Rendido de cansancio, se tumbó y se abandonó plácidamente en los brazos de Morfeo, soñando seguramente consigo mismo. Nuestra ninfa, tímida, se acercó a la entrada de la gruta, le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse. Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella. - ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues? - Aquí… me sigues… -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz. Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa… pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído… “qué estúpida… qué estúpida… qué… estu… pida…”. Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva. Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis… y así, Némesis, hija de la noche y diosa de la venganza que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le hechizó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río, lo cual le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos.     

Moraleja: el daño que hacemos a los demás, tarde o temprano nos es devuelto.

Laura Fortea

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