domingo, 3 de febrero de 2013

El Eterno Principio Femenino Divinal

 “En el Asia jamás se levantaron monumentos a los grandes héroes, ni a un Gengis Kan con sus cruentas batallas, sino a la mujer. Y es que los asiáticos comprendieron que sólo mediante la fuerza maravillosa del Amor podemos transformarnos radicalmente”. “La maternidad, el Amor, la mujer: he ahí algo grandioso que resuena en el coral del espacio, en forma siempre perenne; la mujer es el pensamiento más bello del Creador hecho carne sangre y vida”. Samael Aun Weor

La mujer siempre ha estado al lado de los grandes hombres, ella les ha animado, ella les ha dado ideas, ella les ha impulsado a la lucha, ella los ha levantado sobre el pedestal, ella los ha orientado para que hagan gigantescas obras. Al igual que Minerva entre los romanos, Atenea entre los griegos, Tonanzin, entre los aztecas, Devi-Kundalini entre los indostaníes. Isis resplandeció en el antiguo Egipto de los faraones como la Divinidad femenina por excelencia.

Fue allá en el País asoleado de Kem en donde resplandecieron con fuerza sobrenatural los templos dedicados a la preparación de Sacerdotisas, también llamadas Vestales, las cuales irían luego a cumplir la sagrada misión de levantar al hombre.

Actualmente, también los varones, incapaces de eliminar nuestros egos, nuestros yoes, nos vemos envueltos en la degeneración, irresponsables con nuestra familia y con la sociedad misma, lo que ha orillado a la mujer a competir con el varón, buscando el sustento para sí misma y sus hijos. Así pues, hoy como ayer, la mujer tiene un doble reto: Buscar el sustento y regenerar al hombre.

Isis, representación del Eterno Femenino, de Dios Madre como naturaleza, la Gran Madre, entre los egipcios, fue venerada por todos aquellos que se atrevieron a conocer y seguir fielmente sus misteriosas enseñanzas.

En el principio de los tiempos, la mujer era adorada de forma muy especial, se le consideraba parte integrante y descendiente del eterno femenino, es decir, de ese concepto ancestral, arraigado también en la cultura Maya, tibetana, Cristiana, Druida, Persa, Escandinava, etc., de que la mujer es la viva representación física de dios madre como naturaleza. Es más, existieron miles de templos destinados a la adoración y estudio de la mujer como representación objetiva de la naturaleza. Si nuestros conceptos sobre la mujer fueran tan elevados como los que tenían aquellos pueblos antiguos, (equivocadamente tildados de salvajes), tendríamos un mundo mejor.

Sociólogos y psicólogos inteligentísimos como Sigmund Freud y su discípulo C. J. Jung, defendieron la idea de que “La mujer es, ni más ni menos, que el eje central de la vida familiar, el núcleo o sol alrededor del cual gira toda la sociedad, como si de pequeños planetas de un sistema solar se tratase, llamado familia.”

Sin la mujer como centro de unión entre los seres humanos, toda la humanidad entera sería un caos. Desgraciadamente, hoy en día existen muchos sabihondos que pretenden separar de la existencia, todo aquello que es sensitivo, sencillo, emocional; en fin, cosas que pertenecen no a la materia, sino al alma del ser humano. Pero a fuerza de darnos contra la dura pared, terriblemente cruda, que es la vida misma, terminamos por valorar aquellas cosas que son las menos valoradas por el común denominador, por la masa de gentes: El cariño, el amor, la ternura, la paciencia, el saber ponerse en el lugar del que sufre para sentir como él está sintiendo, etc.

Todos decimos lo contrario: “esas cosas son importantes para nosotros”, pero es pura teoría, porque cuando hay que demostrarlo, sólo quedan palabras vacías y pocas veces somos sinceros a fondo… Con todos nuestros respetos, a todos los que lean estas palabras, creemos que la sociedad actual nos está convirtiendo en seres insensibles, duros, tercos, muy egoístas y que sólo nos preocupamos de nuestros placeres sensuales, sin que nos importe lo que está sucediendo con todos los que sufren, y en este caso, con la mujer, que en su extensión es nuestra madre. Y toda madre es dignísima, por más problemas que haya tenido en su vida, por más inconvenientes e incomprensiones que existan entre ella y sus hijos. La Madre es lo más sublime que pueda conocer el ser humano en el Amor, de eso puedes estar seguro, fino lector, ¡Nadie te ama tanto…!

Realmente, ha llegado la hora de un cambio radical en nuestra concepción de lo que es la mujer. Tenemos que respetarla como lo que es, como tal. Pero, eso sí, es necesario que la mujer se respete a sí misma, porque si ella, que es el centro del mundo social, no se respeta así misma, el destino que le aguarda es el menosprecio.

Es el momento en que la mujer debe darse cuenta, que tiene en sus manos la capacidad de levantar la sociedad entera. Un padre y una madre en armonía, constituyen un pilar irreemplazable en lo que el ser humano busca con tanto ahínco durante toda su vida: La felicidad. ¿Pero qué felicidad podemos esperar cuando el núcleo central está desequilibrado? ¡Ninguna! Si odiamos a la Mujer, nos odiamos a sí mismos. La Mujer es tan imprescindible como el aire lo es para respirar; sin Mujeres, el mundo sería un cementerio, estaría muerto…, deshabitado y frío.

El Varón y la Mujer se complementan, sin esa contraparte sería como un río sin agua, seco, árido, y la existencia sería angustia total… Así pues, amable lector, recordemos aquella primitiva advertencia: “El hijo fiel ama a su Madre y ella lo lleva de la mano. El hijo infiel se olvida de su Madre y se extravía y cae en el error…” Tal ha sido el pago de la humanidad para con la Mujer y sus progenitores internos. Esta humanidad somos fríos, lunares, nos olvidamos de nuestros padres engendradores y por ello ahora nadie hacemos caso al mandamiento mosaico que a la letra dice: “honraras a tu Padre y a tu Madre.”

La humanidad actual nos hemos mofado de Isis, del Eterno Femenino de mil maneras, ya sea como Madre, como Naturaleza, como esposa, como hija, como hermana. Debemos restaurar los principios originales en donde se sabia lo que era la mujer, con justa razón dice el V.M. Samael Aun Weor: “La Mujer es el pensamiento más bello del creador, hecho carne, sangre y vida”.

Elisenda Gimbernat

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