
El culto a Atis llegó a Roma a la vez que el de Cibeles (hacia el año 204 a.C) y lo específico del culto al hermoso muchacho emaculado era arrancar un pino y rodearlo de violetas ese objeto era transportado como sacro emblema al santuario del dios por los llamados dendrophori. Llegados al templo se lloraba por la muerte del dios, y en algunas ocasiones en el llamado dies sanguinis "día de la sangre", que solía ser un 24 de marzo, podían celebrarse castraciones rituales en honor de Atis y de Cibeles. en cualquier caso se llegaban a excesos varios pues se trataba siempre de un culto orgiástico. En la Antigüedad este mito (parecido, como hemos dicho al de Adonis) se vio habitualmente como un modo sacral del ciclo de la naturaleza, en la que siempre la muerte es seguida por el renacer.
En el mundo helenístico y romano fueron abundantes las representaciones de Atis, que es un joven que lleva una siringa, una antorcha y un tambor. Suele ir tocado con el gorro frigio y una vestimenta bárbara, que deja al descubierto el torso y el bajo vientre. Como en el "Atis" de Donatello (1440), en bronce, que se conserva en el Museo del Bargello en Florencia. Que sin embargo lleva alas, por lo que algunos lo apodaron "Amorino".
Su historia aparece en los Fastos de Ovidio, en Heródoto, en Pausanias y en Plutarco (Vida de Sertorio). Schubert musicó, en 1817, una canción de Mayrhofer titutalada "Atys". Y el poeta renacentista francés Ronsard trató el mito en un poema titulado "Le pin" de 1569. En sus Poésies pour Helène hay un soneto donde se alude también a Cibeles y al pino ("Je plante en ta faveur cet arbre de Cybèle") donde consagra un pino a su amada Helena, acaso como un recuerdo de la necesaria fidelidad. Para una visión amplia y erudita del tema puede consultarse el libro de M. Vermaseren The Legends of Attis in Greek and Roman Art (Leiden, 1966).
Los dioses orgiásticos, hermosos y muertos jovenes tienen una directa relación con el culto moderno y un tanto malditista al morir joven, inaugurado por las teorías surrealistas y por la práctica accidental.
Laura Fortea
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