El corazón del Oriente Medio es Mesopotamia, país entre ríos, una extensa área geográfica, estimada en casi 80.000 km2, que ocupa buena parte de la actual Irak. De hecho, es una gran fosa tectónica, orienta de norte a sureste, recorrida por los ríos Tigris y Eúfrates, nacidos en Anatolia. Esta zona, donde se ubica una de las cunas de la civilización, está limitada al norte y al nordeste por las montañas del Kurdistán, al este por los Montes Zagros y al sur por el golfo Pérsico. En su parte occidental queda separada del desierto sirio-arábigo por el río Eúfrates que, junto con el Tigris, fueron los que posibilitaron la vida en estas condiciones extremas, con altas temperaturas y escasas lluvias. Geográficamente, en Mesopotamia pueden distinguirse tres zonas. En el norte, la Alta Mesopotamia está cruzada por subafluentes del Tigris y el Eúfrates, y en sus tierras evolucionaron ciudades como Assur, la capital asiria, Nínive, Kalahk y Dur-Sharrukin. La segunda zona, por debajo de la anterior y de menor extensión, Acad, es un territorio encuadrado por el Eúfrates y el Tigris. En este ámbito surgieron las antiguas Babilonia, Kish, Sippar, Dur-Kurigalzu y Agadé. Por último, la tercera zona, Sumer, es un extenso paisaje de llanuras aluviales, donde se levantaron Eridu, la antigua capital sumeria, Ur, Uruk, Larsa, Lagash y Nippur. En distintos periodos, el poder de diversos reinos mesopotámicos se extendió mucho más allá de sus llanuras, estableciendo contacto con gentes vecinas, que también contribuyeron significativamente a la civilización de esa zona. Hititas, en el norte, o persas, en el este, entre otros muchos, se relacionaron con los pueblos mesopotámicos, relación que favoreció el desarrollo de nuevas pautas culturales.
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